lunes, 24 de mayo de 2010

DEL: LIBRO DE QUIZAS Y QUIEN SABE

DEL: LIBRO DE QUIZAS Y QUIEN SABE
ELISEO DIEGO


EL TIEMPO Y SU PASO.

Negra, precisa, delicada, allí quedo la hormiga presa en el ámbar y, a la vuelta de veinte millones de años, está aquí ahora como trocito congelado de qué tiempo increíblemente remoto.
Pero, ¿tiempo? ¿Era aquel un tiempo? ¿Quién escucho entonces su paso, en el soplo de qué brisa inconcebible, a través de los enormes helechos, de las impasibles coníferas, del silencio?
Un azar difícil si no extremo llevo a la criatura al ámbar, el ámbar a la imagen impresa, la imagen a tus ojos, para que fuese tuya el ansia de escuchar aquel rumor soplando entre las impasibles coníferas, en lo inmóvil –allá por lo oculto del tiempo.


POSIBILIDADES.

En la trama del universo, ¿Quién sabe? Puede que no tengan fin las tierras posibles.
Y puede que en cada una de ellas se ensaye una variante de la nuestra.
En una no se ha descubierto la América. Los aztecas inventaron la rueda y han roto el átomo y están a punto de tropezar golosamente con una Europa que recién domina la máquina de vapor.
En otras de las diferentes tierras posibles ha sucedido lo que sólo creemos haber imaginado.
Don Quijote hizo en una de ellas su testamento realmente.
En otra, un hombre llamado Holmes rasga el violín mientas su amigo, junto al globo de gas, lee con una lupa la última edición –llegada la semana anterior- del Times de Liliput.
FANTASMAGORÍAS.

Desde muy joven –lo confieso- me han gustado los fantasmas. Me apasionaban las historias de sus desventuras.
Hoy –lo confieso- aproximándose la hora de convertirme en uno, ya no me gustan tanto.


EL DÍA DE HOY.

Leo de nuevo la introducción escrita en 1935 por W. B. Yeats para el libro de Oxford de la poesía moderna. ¡Que en presente está escrita, y como no va a estarlo, si Yeats acaba de desayunar y hace frio o sol, y proyecta quizás ir por la noche al teatro! ¡Y con qué autoridad dictamina sobre los jóvenes Eliot o Pound o Auden, auscultándoles el largo futuro que tienen por delante! Puede que el editor lo apremie.
Y en cuanto pone el punto final, he aquí que han pasado cuarenta años. ¿Dónde están los jóvenes Eliot y Pound y Auden? ¡Oh ancianos, oh pobres, oh muertos!
¿Ira Yeats al teatro esta noche, si acaba a tiempo la introducción para el libro de Oxford de la poesía moderna? ¡Hay tanto que decir de los jóvenes! ¡Tanto!


¡QUIEN SABE!

“El tiempo debe detenerse” reclama un Aldous Huxley anhelante. Sí, pero, ¿Cómo?
El tiempo corre o vuela, fluye como los ríos a la mar, ya lo sabemos. “Hoy se está yendo sin parar un punto.” Cierto, mi don francisco. Junto con Huxley y vuestro humilde lector -¡y que de tiempo por medio!- todos quisiéramos que se detuviese. Sí, pero, ¿Cómo?
Porque si se detuviese ya no lo sería –no sería tiempo. Entonces, ¿de dónde ese absurdo deseo que todos hemos sentido arrasadoramente alguna vez –de donde ese contra-sentido?
¿Sera en el Arte que se detiene sin dejar de ser él, sin dejar de volar “como saeta o ave”? Ah, esa joven de Vermeer leyendo su carta, leyéndola y leyéndola y leyéndola, siempre con idéntico gusto a la idéntica luz de su mañana tan fugaz como eterna!
Y si se detiene en el Arte ¿no tendremos razón en anhelar que lo haga también para nosotros, qué importa cómo?
¿No habría para nosotros, pobres, siquiera un menudo remanso –en el sueño siquiera?
Dormir, soñar -¿Quién sabe?

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