sábado, 15 de mayo de 2010

La Forma

La Forma
La forma de la molécula, la forma de la galaxia, la forma de la piedra, la forma del animal, la forma del vegetal, la forma de un instrumento, la forma de una herramienta, la forma de un rostro, la forma geométrica, la forma bidimensional, la forma tridimensional, la forma mental, la forma informal, la forma artística, la forma matemática, la forma visual, la forma cerebral, ¿qué es la forma?
Esta lista aleatoria e improvisada da cuenta de que las formas son infinitas en el objeto de la realidad y nos referimos a ella como la cosa matérica o energética que tiene un lugar en el espacio físico ¿y mental? aludiendo a una identidad que la limita entre un exterior y un interior. Pero ¿realmente sabemos algo sobre ese límite?, ¿por qué podemos diferenciar los objetos y así mismo por qué podemos compararlos?, ¿estarán las formas del mundo contenidas unas en otras?, ¿habrá un infinito de posibilidades formales o sólo hay unas cuantas formas básicas?, ¿será la transformación la expansión de la forma?, ¿y es la forma realmente un centro de operaciones para construir la historia del tiempo? Pues bien, tan extrañas preguntas no serán respondidas fácilmente sin echar mano de la libertad que el arte encierra en su estética y los hallazgos y descripciones que la ciencia exhibe de la naturaleza.

El mundo natural y sus formas persistentes en el arte
Todo lo que existe tiene una forma, es decir, nuestro encuentro con la “realidad” impone verificar un objeto bajo propiedades que lo exponen a nuestros sentidos. Tales propiedades se podrían reunir en siete aspectos: la composición, la estructura, la forma propiamente dicha, el tamaño, el color, la función y la necesidad. Estas categorías son requeridas en nuestra experiencia cotidiana para construir el mundo concreto a través de la forma, pero el pensamiento humano las ha organizado para desarrollar las ciencias y las artes, o bien se ha basado en las ciencias para descubrir nuevas propiedades de la forma o ha usado al arte como el medio para recrearlas. Por ejemplo, la biología se ha asomado a la estructura de lo vivo y ha comparado sus modelos para deducir funciones. Así surge la anatomía. Pero los extensísimos catálogos de la naturaleza le han exigido, al zoólogo, al botánico, al paleontólogo y al biólogo clasificar, ordenar y nombrar ante la vastedad de estructuras que sostienen a las formas vivientes, o bien, a aquellas que lo fueron. Pero las formas en la naturaleza, de lo vivo y lo inerte, parecen multiplicarse y lo que es más, parecen repetirse. Aquí, podríamos decir que esas propiedades de la forma contenida en el universo, es retomada en las formas artísticas. En el arte, las formas se estructuran desde los elementos más simples hasta la reinvención del mundo, pero le son inútiles la función y la necesidad. Así, en una escultura de piedra, veremos la forma irregular de una piedra que se transforma en otro objeto, digamos, una cabeza humana, pero, no es la cabeza humana real, si no su representación. A pesar de este abismo por la composición del objeto, la forma, permanece. Sucede algo semejante ante la ilusión tridimensional de un cuadro que contiene la forma de una piedra, que no es la piedra y sin embargo la “apariencia” de la piedra no puede negarse. Este sistema de referencias entre el mundo y su representación, es un lenguaje donde la forma es el verdadero protagonista más allá de los signos, como podríamos verificar en la obra del pintor Belga René Magritte. Para Octavio Paz, todos los estilos habidos y por haber en el arte, -entendiendo este aspecto como las formas que logran alcanzar la obras artísticas-, ya están contenidos en la naturaleza. Esta sorprendente afirmación, nos revela que, en efecto, la naturaleza de la forma da forma a la naturaleza del arte; que el río esculpe infinitas formas que revelaran otras y las mismas, las manos del artista, a veces por coincidencia y a veces por imitación; que las ramas del árbol se tuercen en humanas formas eróticas, que la telaraña que teje la araña es un dibujo que geometriza el decorado más primitivo de los grupos humanos. Hallaremos que la galaxia se arremolina bajo leyes restrictivas para dar forma a una espiral, sin que Van Gogh supiera que sus remolinos de pintura ofrecen la óptica del movimiento cósmico. En fin, que entre arte y naturaleza la forma permanece sorprendentemente renovada.
Las formas y la similitud según la filosofía de Foucault
Pero veamos como la forma va más allá de este vínculo entre arte y naturaleza, en cuyo centro nos encontramos nosotros transfiriendo o comunicando este origen del universo a objetos de la escala humana.
Las formas en la naturaleza guardan una relación íntima con la función y una extraña repetición entre sus objetos infinitos. Las categorías del mundo real nos hacen registrar lo pequeño y lo grande, lo visible al ojo humano y lo invisible, lo que puede tocarse o sólo verse, o ambos; lo inteligible y lo ininteligible, lo cercano o lo lejano, lo aparente y lo oculto, todo, ligado a la forma. Esto es: las correspondencias del mundo. Para M. Foucault, la prosa del mundo es un gran diálogo entre sus objetos, se comentan, se hablan, se aluden, se imitan, se asemejan, se convienen, se simpatizan, se entienden, se parecen, pero también marcan distancia, se complementan se desdibujan o se invierten. Por eso, el filósofo francés, sabe que el mundo en su despliegue de formas se asemeja en los límites de sus objetos, que opera una continuidad que teje en correspondencias uno y otro extremo del mundo, así la hierba y las estrellas se asemejan, los límites del mar y la playa se convienen y uno da forma al otro al romper la ola, o al dejar su huella efímera sobre la arena granulosa. La conveniencia de los objetos implica el uso de un espacio en común y las formas emergen delineadas por éste. Se emulan, como la flor que ve hacia el firmamento y la estrella que por razón relativista, aparece como una planta sembrada en el cielo, son “reflejos” y a distancia la emulación “es una duplicación especular”, dice Foucault. La forma entonces de estos objetos, tan lejana por su estructura, se asimila en la duplicación. Pero hay otros objetos que al hombre han de parecerle emulaciones de sí mismo, y las formas que limitan su vista se abren en la noche de las estrellas. Sin duda, la metáfora poética no ha de inventar o forzar a la imaginación su mirada sobre lo que subyace en tales correspondencias insospechadas entre las formas de la naturaleza. La emulación que la mirada científica registra en el mundo vivo queda documentado en el mimetismo, esa gemelidad de las formas pertenecientes a dos reinos vivientes diferentes. Las estrategias de lo animal para ocupar una forma vegetal: veremos un día cómo una ramita avanzará desde la inmovilidad de la planta hasta la transformación en animal por la magia del insecto palo. La analogía, es en el universo el signo de la forma. Desde una molécula hasta las estructuras macroscópicas en el mundo del hombre. La biología molecular utiliza el concepto de homología para indicar cómo los signos de la forma están codificados y su expresión determina los fragmentos que la naturaleza repite entre lo diverso. Por esta huella nos enteramos de la evolución biológica y establecemos las tenues fronteras de la diversidad. La forma de una proteína establecida en su estructura tridimensional se duplica con ligeras variaciones entre diversos organismos y sorprendentemente mantiene su función. La analogía es, entonces, una categoría de la forma que en el mundo concreto natural o físico, multiplica y reproduce fragmentos de lo mismo. Las venas y las ramas de los árboles, o los nervios de los cordados y las bifurcaciones de los ríos son formas “lineales” expansivas como fractales que el mundo contiene. Los embriones primordiales de reptiles, aves y mamíferos se analogan. El rostro humano y la de cualquier animal establecerán analogías prefiguradas en la forma. Así las fisonomías análogas serán las formas del parentesco.
La forma en el arte y su vuelta al mundo físico
Ahora bien en el mundo del arte, todas estas categorías de la gran prosa de la naturaleza y el mundo se desdoblan a través de un “punto de inflexión” entre todas las semejanzas de la forma. De acuerdo a Foucault, este punto es el hombre. En las formas artísticas, el despliegue de la imitación de la naturaleza parte del hecho de la observación analógica, de la emulación, su encuentro en el espacio preconcebido de la tela hace explotar la multidimensionalidad de la transformación de la forma.
En las artes plásticas “la forma” es una de las cualidades de la pintura junto con el color y la textura. Sobre la tela o sobre el muro primitivo, sobre los objetos utilitarios o sobre los nuevos soportes, se abre ante el artista el espacio bidimensional de la forma. La línea elemental o el punto sobre el plano toman distancia entre sí y son rodeados del espacio estético. Aquella forma arquetípica que el hombre del paleolítico vio emerger describiendo un contorno asociado al límite de otro objeto. Para los griegos la relación espacial de estos elementos definió el carácter primordial de la forma en los cuerpos geométricos. En la modernidad, Wassily Kandinsky, halló en este juego de elementos primordiales de la forma sobre el plano, el origen de la abstracción plástica. Con ella, podría decirse que las formas elementales podrán construir a su vez formas más complejas que imiten al mundo natural.
Al margen de la ilusión óptica a la cual el ojo humano subyace ante la magia de la representación plástica (con la perspectiva el espacio plano contiene al mundo tridimensional de la percepción visual), la forma sigue siendo la forma y uno se pregunta si una línea o un punto no son parte de una “estructura” fuera de la tela del pintor. Si vemos el contorno de una hoja de árbol, desde una perspectiva plana, la diferenciamos del resto del mundo por su límite, asociado o comprendido por nosotros al recurrir a uno de aquellos elementos formales básicos: la línea. Pero esta línea que se cierra en sí misma en el plano, no es la forma que la tiza del dibujante describe sobre la superficie blanca de la tela. Esta vez la profundidad, la autonomía del resto del espacio la hace “ser” una línea infinita, que se desdobla hacia la tridimensionalidad con el grosor: se trata de la hoja y no la representación de la hoja ¿Qué entonces sucede ante este hecho sencillamente comprensible? Bien, diríamos que una hoja es real y la otra es una ilusión, un dibujo, sin embargo, ambas son formas. Una, la que sustenta la representación, carece de “materia” de lo representado: no tiene células, agua, vida, pero contiene la energía de la luz que el cerebro humano (al menos), construye bajo el dominio del sentido visual; la otra, la que contiene la “materia” de lo representado: células, agua, vida, está llena también de la energía de la luz que la hace aparecer ante nuestros ojos, pero esta vez se desprende del total del mundo y se sostiene dentro de su propio espacio, en su forma tridimensional real, como una pieza del gran rompecabezas universal.
La forma puede llegar a nuestro pensamiento como algo instintivo, pero su reflexión nos revela cualidades que nos permiten “entenderla”. Una de tales cualidades es la “estructura”. Este término usado constantemente en la ciencia está unido siempre a la función. Es decir, que la estructura de una cosa determina su función y es el punto de partida para entender algo más complejo. Por ejemplo, para los griegos, la noción de un límite para la materia, los llevó a pensar en una unidad fundamental a la que nombraron átomo, y que epistemológicamente, es el punto de partida para entender la “estructura” mínima del universo. La “estructura atómica” podría ser entonces como origen de la materia también el origen de la forma. Sin embargo, los avances más recientes en la teoría cuántica nos muestran que aún con las masas medidas de las partículas subatómicas, las relaciones espaciales entre estas partículas son de nuevo el afán de un trazo estético, bastante abstracto, en la que la forma vuelve a ser buscada aún en estos espacios microcósmicos. Tal es el hecho que, para entender la relación energética y matérica de estos niveles de la realidad física, se ha propuesto no el “punto” consolidado en la historia de la representación atómica como partículas elementales, aludiendo siempre a esa forma universal que “contiene”: la esfera. En cambio ha sido desplazada por la “línea”, llamada cuerda, cuya asociación a la música es más que estético para la controvertida teoría de las súper-cuerdas. Estas cuerdas que vibran según diferentes tensiones, serán entonces de diferentes formas y la energía que de ellas se desprende se materializará poco a poco y de regreso hacia las formas que se registren en la dimensión que el ojo o la mente humana recuperen. Quizás en la tela de algún pintor la bidimensionalidad de las formas sólo son categorías de una multidimensionalidad formal de la materia.
Caprichos formales, ludismo artístico y estrategias de lo vivo
Como se mencionó anteriormente, las formas de la naturaleza desplegadas en objetos, se tocan o se aluden, según una historia natural y son marcadas por una especie de huella. Por ejemplo los fósiles no son otra cosa que formas transfiguradas, marcas del tiempo, fantasmas hechos de materia real que nos comunican una estructura, una fisonomía. Es entonces la naturaleza un mundo de intercambios y asociaciones de la forma. Quizás las analogías localizadas en los formatos de la naturaleza sólo respondan a restricciones del espacio universal según algunas pocas leyes físicas, no obstante, su explosión genera una diversidad no catalogable. A pesar de ello, un principio estético es el que ha llevado a la curiosidad y al asombro. La ciencia encuentra en este signo la manera de reconstruir y entender los procesos, por ejemplo la selección entre el azar y la necesidad. El conocido caso del cangrejo samurái, que en su cuerpo se imprime el rostro de un samurái, tiene una explicación cultural ante la reverencia a estos animales por los pobladores en memoria de un emperador, así que cada vez que se encontraban uno de esta variedad lo dejaban libre y así predominó esta población sobre las otras. La forma de un rostro humano se perfeccionó en sus caparazones y el gran escultor del tiempo se ha vuelto el gran escultor de las similitudes. Por su parte el artista quiere reproducir la cosa que ve en la naturaleza, y así se apodera de la forma y lo que envuelve, bajo su concepción mística o puramente estética. Después juega, pues puede unir formas que pertenecen a cosas diferentes. Lo hace para asociar dioses, hombres y animales. Coloca sobre el mejor sitio en la anatomía humana una cabeza de animal o invierte la garra en mano. Imita la mitad de un fruto seco para contener un líquido y va proyectando las formas que la naturaleza le dicta a su vista. A pesar de que en el arte moderno se renunció a la pintura como un arte de imitación o retiniano, por ser la vista el catalizador de la imagen del mundo (Marcel Duchamp) nadie ha podido desprenderse de la forma, pues no podemos escapar al universo mimético, que reproduce lo Mismo. El poder que tiene la forma para la creatividad, ha llevado por ejemplo, al arte contemporáneo a recoger múltiples objetos cuyas formas son, en el caos de su traslapamiento, un sustrato para la figuración de formas complejas. Así en algunos estilos pictóricos las transmutaciones de la forma llevan a la construcción de figuras complejas hechas de pequeñas unidades formales; -una mancha irregular como campo extenso rodea pequeñas gotas pseudoesféricas, que son ensartadas por la línea que avanza y se torna en espiral cual bucle del cabello de una mujer que llora- (descripción formal de un cuadro mental de la forma). Con la idea de la no representación, el artista moderno y también el pos-moderno muestra cómo puede usar la forma de la planta o parte de su estructura para encerrar con ella la forma utilitaria de un beliz. El llamado arte objeto, es un juego estético que emula a la naturaleza y sus híbridos, o bien a las formas de aquellos objetos producidos por el hombre y trasladados a una descontextualización peculiar, como una escoba cuyo cepillo son lápices de colores, un tronco de árbol cuya forma de cuerpo de mujer fue esculpida antes de que el artista mostrara esta pieza. En fin, la forma revelando signos y confrontándolos con los de otras formas. Esto quizás nos pone de manifiesto que nuestra imaginación formal está contenida en la gran ruleta de la combinación de las formas.
Más aún, en esta combinación lúdica, los hombres no somos los únicos en copiar, emular y transformar las formas, ya con sentido utilitario, ya con sentido estético. Los sistemas vivos, lo hacen también. Hay microorganismos que en sus mecanismos de sobrevivencia, utilizan estrategias para “esculpir” moléculas, cuyas formas facilitan su penetración gracias al enorme parecido con las formas propias de la célula hospedero. Este camuflaje es conocido como mimetismo molecular y es una muestra del asombroso manejo de la función por la forma. A este nivel, suele usarse, como se ha mencionado, el término estructura, no obstante, aún en modelos moleculares como los de las proteínas, es posible encontrar su relación funcional a través de la forma tridimensional que adoptan en el espacio microcósmico. Aún a este nivel las analogías proteicas se despliegan en la metáfora de las formas, pues suelen asociarse dichas estructuras a objetos más cotidianos como una silla de montar, una mano, un dedo o una zapatilla, tal cual los antiguos griegos observaron carruajes, flechas, animales diversos en la estructura que surge del dibujo de las estrellas en el cielo.
Las formas básicas del universo y su función
Físicos, matemáticos, biólogos, filósofos, artistas y estetas encuentran en la forma la fascinación del origen de las cosas, la explicación de su función, la historia del tiempo y la materia prima para las arborescencias de la imaginación. Entre todas las formas que dan identidad a la infinitud de objetos, en la naturaleza se presentan con mayor frecuencia o, digamos, como una unidad de la forma, ocho tipos diferentes. Cada una de estas formas, se asocia a una función que se universaliza.
La Esfera, la cual guarda, protege, físicamente es la forma que adopta la materia ante la ausencia de fuerzas externas. En la ingravidez, el agua pueda alcanzar formas esféricas. Vivimos en un planeta esférico, la gota de agua que resbala tiende a minimizar su volumen en la forma esférica. La esfera es incluso el elemento fundamental en las matemáticas pitagóricas con su Música de las Esferas. Y en la religión hinduista, sus dioses sueñan mundos burbujeantes.
El hexágono, pavimenta. Esta forma para la química es común: la glucosa, el benceno, y otros tantos anillos carbonados son moléculas cicladas cuyos ángulos recuperan al hexágono. En el mundo macroscópico el panal de la abeja o el caparazón de una tortuga se extienden en forma geométrica, dominando principalmente la bidimensión. Las células pueden agolparse y su cercanía provocar un pavimento de formas hexagonales. Esta observación podría verificarse con mayor claridad en el corcho que Robert Koch visualizó como celdas vacías a las que llamó células.
Una elegante forma que trae a nuestra mente bastas asociaciones es La Espiral, ésta empaqueta. Como si esta forma se replegara sobre sí misma, puede ser una trayectoria del tiempo. Las galaxias son la forma macroscópica más evidente de esta arremolinada forma. En ella se guardan los mundos, la luz, y denota movimiento. Estas formas son también, como se ha mencionado, la expresión más fuerte en el trazo de Van Gogh, y es también, la casa del caracol. Esta forma ha servido en el mundo de la cultura para signar la voz, la palabra o el lenguaje.
La Hélice, agarra. Si en el mundo natural es abundante la vegetación que trepa y se sujeta de las superficies es gracias a su torsión helicoidal. Pero pensando el mundo microcósmico, la hélice del paradigma molecular estará en el ADN. Esta molécula donde se inscriben las instrucciones de la vida, en una mezcla de espiral y hélice, guarda y agarra. Se empaqueta y se sujeta a pequeñas moléculas y a estructuras nucleares que le permiten enroscarse y desenroscarse, para abrir o cerrar la información secreta. La hélice también es la forma que puede adquirir una proteína y en el mundo macroscópico, esta torsión da tensión a las sogas, resistencia y, logra dar a los tornillos la función de rotar para apretar, agarrar y unir.
Otras formas son elementales en el mundo, tales como las aristas o ángulos o puntas, cuya función se asocia a la penetración. Hojas como espigas, piedras lanceoladas, dan cuenta de esta forma concentrada en la naturaleza. Esta forma cobra singularidad entre los organismos que se asocian, y se emparentan, se fusionan y se penetran mediante estructuras fusiformes. El sexo de los hombres es una forma que al penetrar concentra la vida, como la cuchilla hiere o la pluma escribe concentrados de tinta en palabras o lápices en dibujos de alta precisión.
La Onda, comunica, y lo habíamos dicho, la actual teoría de cuerdas llama a que la materia está fundamentada en la forma de una cuerda cuya oscilación dará lugar a la comunicación de estratos mayores de la materia. La onda es la forma que propaga la luz y el sonido. La onda quizás sea la metáfora que Foucault querría para explicar su emulación del mundo.
Por su parte, La Parábola, emite y recibe. En una variante del movimiento ondulatorio, el mundo vivo opera en parábolas para conectar el sonido casi imperceptible en los pabellones auditivos de algunos animales. Y son las parábolas una forma cóncava para recibir y focalizar la luz en los ojos y las lentes. Así esta forma es la síntesis de la gravedad sobre el movimiento.
Finalmente, El Fractal, coloniza e intima. Es una interesantísima estructura que protagoniza el Caos. En enfoques contemporáneos sobre la jerarquía de las estructuras del mundo y su traslapamiento en patrones que tienden a un encadenamiento de lo simple hacia lo complejo, el fractal es la forma definitoria de la superposición de las formas en el mundo. Se extiende como una mancha voraz en un caos que puede darnos sin embargo, la forma más simple, como los submundo que subyacen en otros mundos. Según Dante, todos los círculos del infierno y sus protagonistas cabrían en una sola llama de fuego. Pero yendo a nuestros ejemplos del mundo natural diríamos que ¡un simple, bueno, complejo, árbol! es un fractal. Sus ramificaciones son repeticiones desde sus raíces hasta sus arborescencias y en cada punto puede haber una bifurcación, que se prolonga. Las formas que se expanden sobre el agua, se revelan ante el choque de una piedra sobre su superficie, es un fractal, y es también el signo de la contingencia y el patrón. Los fractales aparecen también, en el arte, y las imágenes pictóricas podrían contener la transfiguración de una misma forma básica, hasta llegar a la expresión monstruosa de la “Ventana de Albright”. Este artista, pintando una ventana agregando más y más elementos pictóricos y extra-pictóricos como una gran masa que caótica se esparce, repitiendo pequeños universos formales, invisibles ya ante lo complejo.
Es así que el mundo de las formas puede permanecer oculto en las mismas formas o explotar como un big bang del que se derivarán infinitas estructuras o finitas formas reordenadas al infinito según la combinación en número exponencial de la naturaleza y la reproducción humana en el arte.

Eduardo Flores Soto. 2010

Lecturas y documentales
Wagensberg, Jorge. La Rebelión de las Formas. Tusquets Editores, Barcelona. 2007. Metatemas
Briggs, Jonh y Peat, F. David. Las siete leyes del caos. Grijalbo, Mondadori, editores. 1999.
Foucault, Michel. Las Palabras y las Cosas. Siglo XXI, editores. 1998.
Green, Brian. El universo Elegante. Critica, Barcelona. 2007.
Sagan, Carl. Serie “Cosmos”: La armonía de los mundos.

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