jueves, 29 de julio de 2010

EL RETORNO DE ZARATUSTRA

EL RETORNO DE ZARATUSTRA
HERMANN HESSE


SOBRE LA SOLEDAD.

Me preguntan, jóvenes, por la escuela del sufrimiento y por la forja del destino. ¿Es que no las conocen? No, ustedes, los que continuamente hablan del pueblo y están relacionados con las masas; ustedes, los que solo quieren padecer con ella y por ella, no la conocen. Les hablo de la soledad.
La soledad es el camino por donde el destino quiere conducir hacia si mismo al hombre. La soledad es el camino que mas teme el hombre por que allí se esconden todos los horrores, todas las serpientes y todos los sapos. Allí es donde acecha lo espantoso. ¿No corre la leyenda de que todos los solitarios, todos los exploradores del desierto de la soledad son personas desencaminadas, malas o enfermas? ¿No se narran todas las grandes heroicidades como si hubieran sido realizadas por delincuentes, por que conviene guardarse a si mismo del camino de semejantes acciones?
¿No se cuenta también de Zaratustra que murió loco y que, en el fondo, todo cuanto hacia o decía era ya producto de su locura? ¿Y no sintieron ustedes, al oír semejantes afirmaciones, algo así como un sonrojo? ¿Cómo si hubiera sido mas noble y digno de ustedes figurar entre esos locos y se avergonzaron de no tener el valor necesario para ello?
Quisiera entonarles cantos sobre la soledad, amigos míos. Sin soledad no hay sufrimiento; sin soledad, no hay heroísmo. No me refiero, sin embargo, a la romántica soledad de los poetas y de los teatros, donde el manantial murmura cristalino junto a la cueva del ermitaño.
Del niño al hombre hay solo un paso, un solo corte. Aislarse, encontrar el yo, desprenderse de la madre y padre, ese es el paso del niño al hombre, y nadie lo da del todo. Cada hombre, hasta el mas santo ermitaño y huraño penitente de las mas desnudas montañas, lleva consigo un hilo, arrastra ese hilo que le mantiene atado a padre y madre y a toda su querida familia y a todo lo que fue suyo. Cuando ustedes, amigos, hablan con tanto ardor del pueblo y la patria, veo colgar de sus bocas ese hilo y no puedo dejar de sonreír. Cuando sus grandes hombres hablan de sus tareas y de su responsabilidad, el hilo les cuelga. Nunca hablan sus grandes hombres, sus caudillos y oradores de obligaciones consigo mismos, nunca hablan de la responsabilidad que tienen frente a su propio destino. Todos penden del hilo que los une a la madre y a todo lo calentito y agradable que les recuerdan los poetas, cuando llenos de sentimiento cantan la niñez y sus limpias alegrías. Nadie rompe del todo ese hilo, como no sea con la muerte, si es que consigue morir su propia muerte.
La mayoría de las personas, todas las del rebaño, no han saboreado nunca la soledad. Se separaron un día del padre y de la madre, pero solo para acercarse a una mujer y sumergirse en seguida en un nuevo nido de calor y familiaridad. Nunca están solos y a solas, nunca hablan consigo mismas. Y al solitario que se cruza en su camino le temen y le odian como a la peste, le arrojan piedras y no se tranquilizan hasta que están bien lejos de él. Porque al solitario le envuelve un aire que huele a estrellas y al frío de los espacios siderales y le falta todo ese aroma encantador y calido a hogar y nido.
Zaratustra tiene en si algo de ese aroma a estrellas y de ese desagradable frío. Asistió a la escuela del sufrimiento. Conoció la escuela del destino y fue forjado en ella.
No se, amigos, si debo hablar mas de la soledad… se que pocos siguen ese camino sin sufrir daño. Se vive mal sin madre, se vive mal sin hogar y sin patria, sin pueblo, sin gloria y sin todas las dulzuras de la comunidad. Se vive mal en el frío, la mayoría de los que iniciaron el camino sucumbieron. Hay que ser indiferente al hundimiento si uno desea saborear la soledad y enfrentarse con su propio destino. Más fácil es caminar con un pueblo y con muchos, aunque se tenga que pasar por la pobreza. Más fácil es, y más consolador dedicarse a los deberes que imponen el día y el pueblo. ¡Miren que contentos se mueven los hombres en las calles repletas! Se peligra, y la vida esta en juego, pero todos prefieren estar con la masa y sucumbir en ella que andar solos en la oscura noche y el frío.
Más… la soledad no se elije, del mismo modo que no se elije el destino. La soledad nos sobreviene si en nuestro interior se halla la piedra mágica que atrae al destino. Muchos, demasiados, se encaminaron al desierto, y allí, junto al precioso manantial y en la magnética ermita, aun así, llevaron la vida de hombres gregarios. Otros, en cambio, aun en las aglomeraciones, sopla ante sus frentes el aire de las estrellas.
¡Feliz de aquel que haya encontrado su soledad; no una soledad pintada ni imaginaria, sino la suya, la única la destinada a él! ¡Feliz del que sabe padecer! ¡Feliz del que lleva la piedra mágica en el corazón! A él acude el destino, la acción surge de él.


SOBRE EL PADECER Y EL HACER.

¿Qué hemos de hacer? Me preguntan a mí, y se lo preguntan a ustedes mismos sin cesar, el hacer lo es todo para ustedes.
La sola pregunta de ¿Qué hemos de hacer? Es pregunta de niño temeroso, demuestra lo poco que saben acerca del “hacer”.
Lo que ustedes los jóvenes llaman el hacer, yo el viejo ermitaño de la montaña, lo llamaría de otra manera muy distinta.
La acción, amigos míos, nunca fue llevada a cabo por los que antes preguntan ¿Qué he de hacer? La acción es la luz que brota del buen sol. Si el sol no es un sol bueno, verdadero y diez mil veces probado, o si incluso es un sol que se pregunta, acobardado, lo que tiene que hacer, entonces no será capaz jamás de producir luz. La acción no es hacer; la acción no se puede inventar ni imaginar. Les voy a decir lo que considero lo que es la acción, pero antes déjenme explicarles lo que creo que es su “hacer”.
Su hacer, el que quieren llevar adelante y que sale a la luz a través de vacilaciones y dudas, ese hacer, es lo contrario y el primer enemigo de la acción. Porque su hacer, si me permiten una fea palabra, no es mas que cobardía. Ya veo que se enfadan, pero esperen. Déjenme terminar de hablar.
Ustedes muchachos son soldados y antes de serlo, eran comerciantes o fabricantes o lo que fuera, o lo eran por sus padres, y ellos lo eran a consecuencia de unas enseñanzas erróneas, según la leyenda procedían de la eternidad y habían sido creados por dioses. Ustedes aceptaban el contraste hombre-dios, deduciendo de ello que, lo que era un hombre no podía ser un dios y viceversa. Zaratustra no puede desenmascarar de forma tan simple y sencilla esta antigua creencia en los sagrados contrastes, con todo su dudoso carácter y su fuerte descrédito, que colocándolos frente al contraste hacer-pensar creído por ustedes.
Abran los ojos y verán el hacer y el padecer tal y como se los quiere mostrar un viejo ermitaño.
Hacer y padecer, juntos componen nuestras vidas, son una sola cosa, un todo. El niño padece la concepción, padece el nacimiento, padece el destete, padece aquí y allá para padecer finalmente y morir. Pero lo bueno, lo que hay en él y por eso es alabado, es el padecimiento bueno, el padecimiento perfecto, pleno y vivo. Saber padecer bien, es ya mas que la mitad del vivir. Nacer significa padecer, el crecimiento es padecer, la semilla padece tierra, la raíz padece lluvia, los brotes padecen eclosión.
Así, padece el hombre su destino. El destino duele.
Ustedes, en cambio, llaman hacer al escapar de lo que duele, al no querer nacer, a la huida del sufrimiento. Hacer llamaban ustedes o lo llamaban sus padres a movernos día y noche en talleres y tiendas, a oír el golpe de los martillos a lanzar al aire el hollín; yo no tengo nada en contra de sus padres y sus martillos. Pero encuentro gracioso que llamen hacer a todas esas actividades, que no eran sino una huida del padecer. Resultaba penoso estar solo, por eso se fundaron las sociedades. Resultaba penoso escuchar dentro de si unas voces que exigían de ustedes vivir sus propias vidas, buscar su propio destino, morir su propia muerte.
¿Son ahora felices? ¿Tienen paz y alegría de corazón? ¿Les sabe dulce el destino ahora? ¿Sabe mas amargo que nunca? Es por eso que corren en pos de nuevas acciones, salen a la calle, alborotan… ¡Esto es por que huyen eternamente del sufrimiento!
Aprender a sufrir es difícil. Encontraran el ejemplo con mas frecuencia y mas hermoso, entre las mujeres que entre los hombres. ¡Aprendan de ellas! Aprendan a escuchar cuando habla la voz de la vida. Aprendan a tener respeto de la vida, respeto de ustedes mismos.
Del sufrimiento surge la fuerza; del sufrimiento surge la salud. El padecimiento fortalece, hace resistente. Solo los niños huyen a cada dolor. Yo amo a los niños, mas como podría amar a aquellos que se empeñan en querer seguir siendo niños toda la vida.
Así son todos los que se empeñan en huir del sufrimiento para refugiarse en el trabajo, en la actividad, movidos por un triste y antiguo miedo infantil al dolor y la oscuridad.
¿Qué les queda de todos sus oficios? El dinero se fue, y con el todo el brillo de su cobarde aplicación.
¿Dónde esta el gran hombre, el héroe? ¿Dónde están todas las grandes ideas felices? La acción buena y resplandeciente, no procede del hacer, de la actividad, no del afán de martilleo, sino que crece solitaria en las montañas, en las cumbres, donde hay silencio y peligro. Nace de unos padecimientos que ustedes todavía tienen que aprender a padecer.

5 comentarios:

  1. Hola buenas! El retorno de zaratustra es un libro, un cuento o que..? Porque no lo encuentro en ningún lado. Muy interesante la publicación, saludos!

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  3. Hola. Es un ensayo de Hermann Hesse. Lo puedes encontrar, por ejemplo, e su libro llamado Consideraciones.

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  4. ¿ Me pueden enviar el link exacto donde se encuentra ese texto, " El retorno de Zaratustra ", de Hesse ? Gracias. filencas@gmail.com

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  5. Zarathustra y Herman Hesse...la misma fuente, gracias

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